A raíz del siguiente artículo publicado en el periódico El País Semanal sobre 'La envidia y el síndrome de Solomon':
https://elpais.com/elpais/2013/05/17/eps/1368793042_628150.html?id_externo_rsoc=FB_CM
se abrió un debate en mi lugar de trabajo acerca del comportamiento de los niños envidiosos y de aquellos que son envidiados. Yo lo veo todos los días en clase. La envidia es inherente a la condición humana desde que somos bebés... y nunca se deja de sentir, solo se aprende a disimularla, en el mejor de los casos.
La envidia es un sentimiento muy común entre los más pequeños e incluso entre los adultos. Sin embargo, se tiene como algo negativo, ya que normalmente suele ir vinculada a un complejo de inferioridad, inseguridad e insatisfacción con uno mismo. La sociedad nos hace verlo como algo negativo que hay que evitar, pero ¿y si en lugar de evitarlo, nos ayudaran a identificarla y a aprender de los éxitos de los demás en vez de sentir esa envidia por lo que han logrado, tienen o son? ¿Veríamos ese sentimiento como algo tan negativo o como una oportunidad para aprender?
Considero que tanto los papás como los maestros tenemos un papel fundamental con nuestros niños, y es ahí donde deberíamos entrar en acción, haciéndoles conscientes de la diferencia entre “admiración” y “envidia”, y enseñándoles a canalizar esa ansiedad o inseguridad derivada de ciertas situaciones en las que sientan esa envidia.
Decía El Chavo del Ocho que 'la envidia nunca es buena, mata el alma y la envenena'. :-D
Capítulo I
"Yo fui un chico de barrio"
Chicos de barrio
Esta es la historia de un niño, contada por el hombre de 40 años que soy actualmente —bueno, 41... a los que me conocéis no os puedo engañar—. Es la historia de una infancia, un barrio, sus alrededores y las personas que en él viven o vivieron. Un humilde barrio de gente honrada, en su mayoría, y trabajadora. El típico ecosistema rural dentro de cualquier ciudad donde todo el mundo conoce, o cree conocer, los entresijos de todo el mundo. Para un niño de pocos años, el centro de su universo. Un lugar que defender de los niños de otros barrios. Una especie de parque de atracciones donde detrás de cada esquina te esperaba una nueva aventura cada día. Donde los vecinos eran como personajes de una serie de televisión y cumplían con su papel religiosamente: los viejos, la cotilla, "la Amalia" de la tienda, el borracho, el peleón, la putilla, la "separá", el loco... De eso va este libro: de los miles de recuerdos que todavía hoy vienen a menudo a mi mente mientras conduzco o trato de conciliar el sueño. Anécdotas que me hacen sonreír y me ayudan a entender al hombre que soy hoy; historias que también os pueden hacer sonreír a vosotros, queridos lectores, bien porque os sintáis identificados —igual alguno de vosotros hasta estuvo a mi lado en aquel momento—, bien porque también fuisteis «chicos de barrio».